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Francisco Ibáñez, un referente de vida

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Cuando un artista nos deja, queda el consuelo de que sus obras permanecen, de que podemos volver a ellas o redescubrirlas cuando nos plazca. Sin embargo, con la muerte de Francisco Ibáñez, el mejor, el más divertido, comprometido y original creador de comics que ha habido y habrá en la historia de nuestro país, será diferente. Cuando, en adelante, tenga lugar un Mundial de fútbol, unos Juegos Olímpicos, salte a la palestra un tema de naturaleza político-social o surjan personajes susceptibles de formar parte de una nueva aventura de Mortadelo y Filemón, nos acordaremos de Ibáñez y pensaremos en las ocurrencias que tendría en mente en cada caso. Un poco como Berlanga. Desde pequeño hasta el día de hoy, de Ibáñez he leído fundamentalmente a Mortadelo y Filemón , Rompetechos y 13, Rue del Percebe . Con la excepción de  Doña Urraca , no tuvieron rival frente a otros personajes de tebeos. Era Ibáñez frente al resto y siempre por encima del resto: se hacían insignificantes frente a los agen

Ante el 23J, dignidad y progreso o podredumbre moral

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Una campaña constante de cuatro años, en la que política y mediáticamente se ha estado inoculando fakes y odio en vena a gran parte de la sociedad, da como resultado que se desprecie con ojos inyectados en sangre una labor de gobierno respetada y aplaudida internacionalmente. Una sociedad tolerante, respetuosa, abierta, empática con el otro, consciente de lo que fue sufrir el terrorismo etarra que ya no existe, se ha descompensado y una parte se ha puesto a incubar el huevo de la serpiente fascista, oscuro, acusador, individualista, frentista y censor. Si un gobierno, sea del color que sea, merece por sus decisiones la desaprobación de las urnas, el resultado se acata como demócratas que somos. Pero no ha sido el caso del gobierno de coalición de izquierdas en la última legislatura, que ha actuado siempre del lado de la sociedad en tiempos muy duros (efectos de una pandemia, un volcán, la guerra contra Ucrania emprendida por Rusia). Se le ha acusado de pactar con Bildu, pero el gobie

Adiós a Margit Carstensen, la gran musa de Fassbinder

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En el blog Fassbinderplatz de mi página sobre Fassbinder, nueva entrada dedicada a Margit Carstensen, actriz del maestro fallecida el pasado 1 de junio a los 83 años de edad. Fue la gran musa tapada por la Historia y la crítica: "No hay imagen, no hay escena, no hay secuencia en que Margit se alejara mínimamente de ese 'aire extrañamente espectral, deambulando como peces en un acuario, como si estuvieran somatizados o bajo el efecto de alguna droga' (Domènec Font) consustancial a los modelos de Fassbinder. Ninguno de ellos, excepto Carstensen y su imponente presencia, condensó de una forma tan precisa, tan natural, tan sobrecogedora, el alma del modelo fassbinderiano". Seguir leyendo...

Apostatado

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 "Amarás a dios sobre todas las cosas". Cuando, entre finales de los setenta y principios de los ochenta, me enseñaron los diez mandamientos en aquel cole unitario de la EGB donde la religión era obligatoria y evaluable a todos los efectos, no entendía el primero de ellos. Me confundía, me contrariaba, me molestaba. No podía aceptar de ningún modo, siendo además hijo único, el hecho de amar más que a mis padres a un dios que no veía ni sentía, pero que me condicionaba en todo y para todo según aquellos espeluznantes y adoctrinadores catecismos cuya portada cambiaba de color según el curso en que te encontrabas, llenos de preguntas y respuestas poco inteligibles que debías aprender de memoria y vomitar, tal cual, como un autómata. Fue mi primera crisis con la religión. Recuerdo que en las clases de catequesis que recibía los sábados por la mañana de cara a la primera comunión, entre 1980 y 1981, me hacía notar ante aquella guapa voluntaria seño Lola . Soltaba ocurrencias, tont

Las pieles cinéfilas que me habitan

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Detesto el  juego de las listas  cinéfilas. No me gusta confrontar (ni que enfrenten) películas o directores, ni someterlos al capricho de subirlos o bajarlos un peldaño en mi escala simplemente porque un buen día o cualquier circunstancia casual, sin fundamento, me lleve a ello. Tampoco, a menos de que se trate de un movimiento o una moda efímera y vacía (como, por ejemplo, el insufrible y felizmente olvidado Dogma, aquella ocurrencia absurda del no menos absurdo bluf que siempre ha sido Lars von Trier), soy amigo de utilizar el socorrido argumento de que el tiempo pasa por una obra o un autor porque creo que siempre conservan su valor dramático, sociológico, estético… y porque aquello que suponíamos que había envejecido puede irrumpir de golpe en el presente o llegar a explicar lo ocurrido en el futuro de un modo infinitamente más valiente y efectivo que cualquier película contemporánea (pongamos que hablo del cine de los setenta). No, no soy amigo de las listas… pero también es verd

Abuela Ana

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Faltaba poco más de un mes para mi décimo cumpleaños cuando mi abuela paterna, Ana María Ruiz Peinado, falleció a causa de esa cruel enfermedad que, cuando viene de frente y te mira a la cara, no puedes hacer nada para abatirla. Recuerdo que una mañana de septiembre, me dijeron que la llevaban al médico y ya no salió del hospital hasta finales de octubre cuando, sobre las siete de la mañana, me despertó un mar de lágrimas en casa porque había acabado su sufrimiento. Durante el tiempo en que estuvo hospitalizada, me colaban en horario de visita hasta que su enfermedad se agravó. Un domingo, tras la sesión vespertina de cine, fue la última vez que la vi con vida: estaba sentada en una especie de hamaca que había en la terraza a la que podía acceder desde su habitación, con su figura iluminada por un sol que ya estaba poniéndose. Estuve con ella. La abracé, como siempre. Hablé de cosas seguramente rutinarias, sin importancia. Una enfermera entró entonces para hacerle la cura: “El niño deb

Terramar Cinema, aquel cine...

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Fuente:  Archivo General de Ceuta.  Agradecimiento  a José Luis Gómez Barceló Situado en lo que, en tiempos de mis padres, llamaban  el segundo centro de Ceuta , Hadú, en el campo exterior de la ciudad, el Terramar Cinema tenía el techo más bonito que jamás he visto, de color azul oscuro, surcado por el halo de luz de un proyector que, junto al crujir de las pipas que devoraban en masa los espectadores, creaba una atmósfera sonora tan leve como especial. De vez en cuando, desconectaba de la película y deslizaba la mirada hacia aquella suerte de cielo nocturno, convertido en una autopista por donde un haz luminoso hacía su recorrido hasta una enorme pantalla rectangular, rematada por una tela negra en sus bordes que hacía aún más perfecta su forma y amplificaba su tamaño. Las dos gruesas patas marrones del telón, a ambos lados de aquella ventana mágica, hacía más artificioso y fascinante el hecho cinematográfico. Y es que, en ocasiones, también servía para representar obras de teatro y